Grandes Puertos: TOURMALET

Zona

Algunos nombres evocan lugares que, aunque no se sepan situar en un mapa, quedan indisolublemente unidos a una actividad deportiva. Tanto para aficionados como para el púbico en general, Wimbledon sugiere tenis, Everest es montañismo, Maracaná es el fútbol, Monza es automovilismo y así muchos otros. Y hay uno que todo el mundo asocia al ciclismo: Tourmalet. Como en los otros casos, no es el más grande, ni el más difícil, ni el más alto,ni el más largo pero es un lugar mítico, tanto para ciclistas como para gente de la calle.

¿Porqué? Vamos a tratar de conocerlo y ver si la fama de este coloso de 2115 mts de altitud es tan grande como merecida. 

Tourmalet, en el patois de la zona, significa algo parecido a “ruta de mal retorno”, es decir, desde el principio su bautizo está asociado a la dificultad y el esfuerzo. Principio, por cierto, que se debe a Napoleón que abrió el paso entre los dos valles (Barèges y Campan) en 1846.

La cantina del Tourmalet data de tiempos lejanos

La carretera actual sigue casi idéntico trazado que el paso abierto en su día y, aún hoy, permanece cerrado en invierno. Sólo es accesible por carretera hasta la estación de esquí de La Mongie, por la vertiente de Saint Marie de Campan.

Cómo se unió su historia al Tour de Francia y cómo fue su inclusión en el Libro de Ruta de 1910 es una historia que ya conté en otro post (El Cojo) y que hace honor a la leyenda del puerto. Obviamente, no era una carretera como la conocemos ahora sino una especie de pista forestal polvorienta en días secos y embarrada cuando llovía. Tanto es así que el primer ganador en la cima del Tourmalet, Octave Lapize, hizo la mitad de la ascensión desde Saint Marie de Campan empujando su bicicleta de 15 kilos y a punto de claudicar varias veces. El hecho de que fuera piloto de guerra (murió en combate en 1917) da una idea de que no era un tipo endeble pero al llegar a la cumbre dirigió una frase al coche de la organización que ha pasado a la historia del Tourmalet y del ciclismo: “¡Asesinos!”. Durante el descenso se replanteó su firme decisión de abandonar y esperar al coche escoba (que por primera vez se unía a la carrera, dado el previsible número de abandonos). Se recuperó e, incluso, ganó esa etapa. Fue el primer ciclista que unió la victoria en el Tourmalet con la victoria final en París.

Octave Lapize en su fatigosa ascensión al Tourmalet

Tres años después, en 1913, se ascendía por la vertiente contraria, la de Barèges. Es esa ocasión, el ciclista del equipo Peugeot Eugène Christophe iba segundo de la general a 4 minutos del primero. Pero tras un fuga suicida se plantó en Barèges, al pie del Tourmalet, con una hora de adelanto. Ascendió como un poseso para consolidar la diferencia y al llegar a la cumbre paró para cambiar la rueda trasera de sentido e iniciar el descenso. Hay que aclarar que en la época las bicicletas no llevaban marchas y lo único que idearon fue situar dos coronas de diferente tamaño a cada lado de la rueda. Sacando la rueda e invirtiendo el sentido de la marcha podían poner una corona más pequeña para ascender u otra más grande para rodar. En recorridos con grandes puertos era la opción más práctica y con etapas de 300 a 500 kms el tiempo que se perdía en semejante tarea era insignificante. De hecho, ese día la etapa salió a la 3 de la madrugada y muchos llegaron de noche. Otros tiempos.

Avituallamiento improvisado en una  “nevera” natural en el Tourmalet

El caso es que nuestro amigo Christophe pone un desarrollo largo y se lanza monte abajo a tumba abierta. Tanto que en uno de los tramos de la bacheada carretera se va al suelo con la horquilla rota. Desesperado, desciende corriendo con la bicicleta al cuello hacia el pueblo más cercano, que era Saint Marie de Campan y estaba a 10 kms. Una odisea, pero llega. Allí pregunta si hay alguna herrería. La encuentra. La reglamentación prohibía recibir cualquier tipo de ayuda externa y el pobre ciclista se ve obligado a trabajar en la forja siguiendo las instrucciones de Lecomte, el herrero. Todo y así, es penalizado con 3 minutos porque un niño, Corni, ayuda dando aire a la forja con un fuelle. No sólo pudo acabar la etapa sino que llegó a París en un digno séptimo puesto. Hasta hace unos años había una placa en el edificio de Saint Marie Campan recordando el suceso.

La experiencia le sirvió porque en el Tour de 1922, yendo tercero, y en el descenso del Galibier volvió a romper la horquilla y, fiel a su destino, cogió la bici al hombro y bajó corriendo al pueblo más cercano a repararla. En la época, Peugeot se ganó fama de fabricar sus vehículos con acero de dudosa calidad.

Eugène Christophe en el Galibier

Otro día contaremos algunas de las cientos de historias que se han sucedido en las más de ochenta ocasiones en que se ha subido a la cima por ambas vertientes. Vamos a ver cómo son las dos caras.

Vertiente Luz Saint Sauveur (18,8 kms, +1405 mts, Media 7,41%)

Saliendo de Luz Saint Sauveur, salvo una corta rampa de un 10%, hay unos 4 kms con un desnivel sostenido del 7% hasta llegar al pueblo de Barèges donde hay un pequeño descansillo. La ascensión sigue manteniendo el porcentaje hasta la estación de esquí de Superbarèges aunque sobre el km 8 tenemos el mayor porcentaje del puerto: el 13%. A partir de aquí la subida es continua a un 8% aproximado y ya no hay bosque sino prados con vacas y rocas. La mayor dificultad estriba en los últimos 2 kms. con curvas de herradura y tramos al 10 y 11% hasta la cumbre, donde nos espera el monumento a Octave Lapize y la inevitable foto de recuerdo.

Monumento a Octave Lapize en la cumbre del Tourmalet, visto desde la vertiente de Luz Saint Sauveur.

Aquí tenéis la ascensión completa.  ¡A disfrutar! (desde el sofá)

 

Vertiente Saint Marie de Campan (17,2 kms, +1268 mts, 7,37 %)

Personalmente, es la que más me gusta y la que más veces he repetido. A diferencia de la otra, es más irregular. Tiene menos kms para una ascensión muy similar y un porcentaje medio casi idéntico. Pero para mí además de ser más dura (eterno debate ciclista) tiene un encanto especial. Tras abandonar el pueblo nos adentramos en un valle siguiendo el río que baja del deshielo y a unos porcentajes del 4% que hacen que se pueda disfrutar del paisaje. Pero este escaso desnivel hace que los siguientes kms., tras una gran curva de herradura y hasta llegar a estación de esquí La Mongie, no bajen del 8%, con rampas del 10% y unas rectas que no parecen tener fin. Atravesar los semitúneles es tarea ardua pero al final se divisa La Mongie que parece prometer un descanso. Error, no sólo no baja del 8%, sino que las terrazas llenas de turistas en verano observando a los ciclistas retorciéndose en sus bicicletas hace que poner el pie en tierra sea un deshonor público inexcusable. Así que toca apretar dientes y seguir ascendiendo. Falta lo peor: cuatro kms curveando entre desniveles del 9%, 10% y 11% con tramos de hasta el 13%. Eso sí, vemos la cima a cada contracurva y eso motiva a seguir. Por fin, curva a la izquierda y alcanzamos el cielo. A tus pies, Octave Lapize.

Última curva desde la vertiente de Saint Marie de Campan

Para quien quiera conocer toda la escalada os dejo vídeo de la ruta desde Saint Marie de Campan